Dejadme esta expansión personal de estío a la vera de la mar gaditana. Una imagen vale más que mil palabras. El alma se serena..., decía el clásico refiriéndose a la música de su amigo y admirado Salinas. Pero también nos llega la melodía total y eterna del mar juanramoniano...
Cádiz. Ciudad milenaria, cuna de libertad. Cae la tarde y el ocaso se dibuja herido por la punta del faro y castillo de San Sebastián. Es la despedida de unos breves días entre gentes queridas y amigos de siempre. La nostalgia por los que se nos fueron, algunos demasiado pronto. El mar, el mar, el mar apetecido..., que escribió el poeta. Aromas de las cercanas salinas del Puerto, aires de copla de carnaval. Cádiz, como Lisboa (por ejemplo), tiene un sabor peculiar que nos acompaña siempre aunque lejos de allí nos encontremos.
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